Así pasaban los días. Y Mariel, ayudada por su enorme tozudez y la reformulación de su dificultad, en desafío, aprendió a domesticar su enorme falta de memoria, sus olvidos, y los cambios de ruta sin aviso.
No era ya tan grave olvidarse las fechas de la conquista de un territorio, la muerte de un general, o los nombres de batallas libradas. Había entrenado sus debilidades.
Lo hizo mezclando un pizarrón enorme, un padre director de estudios y amigo entrañable, con su deseo perseverante de autosuperación. Y horas de estudio y encierro.
Horas invertidas en pasar hojas en limpio, libros, carpetas, que tenía que traducir a ese idioma que sólo ellos dos entendían. Ella y su padre.
Lágrimas que borroneaban las carpetas, los mapas, que desprolijos jamás testimoniarían las horas o las buenas intenciones invertidas. Marcaron su camino. Las notas no representaban el sufrimiento, mas bien escondían su karma.
Cuadros sinópticos, algoritmos, dibujos, mapas mentales, dirían ahora, fueron los poseedores de la llave que abrió las puertas para salir a jugar nuevamente. Solo que ya no era tiempo de rayuela ni poliladron.
Tiempo, mucho tiempo para hacerlo todo.
Eso si, horas de juego, o de hobbies que hubiesen entrado en ese espacio, fueron sacrificadas ante una ceguera de nombres y de todo, todo lo que no llegaba a traducirse en una sola hoja.
En medio de semejante emprendimiento, batallaba con nuevos descubrimientos en su estilo.
Nunca sabía lo que despertaría su interés o lo que le atraería apartándole de aquello que la ocupara.
Salía con intención de tomarse la tarde para comprarse un libro, y volvía a su casa con lanas para tejerse un sweater.
Tomaba clases de guitarra porque le encantaba, pero simultáneamente en lugar de practicar las piezas emprendía el inicio del estudio de un nuevo idioma, o empezaba un nuevo libro. Y nunca llegaba a la clase preparada. Tampoco recordaba la tarea de inglés. Todo todo se superponía constantemente.
Y creció siendo totalmente impredecible. Soñadora, arriesgada, aventurera, independiente.
Lo que hoy le encantaba, mañana podría formar parte del baúl de los recuerdos. Cambio de planes eran la constante de la vida.
Bueno, en verdad, Mariel era realmente predecible, lo predecible era que nunca iba a serlo.
No era ya tan grave olvidarse las fechas de la conquista de un territorio, la muerte de un general, o los nombres de batallas libradas. Había entrenado sus debilidades.
Lo hizo mezclando un pizarrón enorme, un padre director de estudios y amigo entrañable, con su deseo perseverante de autosuperación. Y horas de estudio y encierro.
Horas invertidas en pasar hojas en limpio, libros, carpetas, que tenía que traducir a ese idioma que sólo ellos dos entendían. Ella y su padre.
Lágrimas que borroneaban las carpetas, los mapas, que desprolijos jamás testimoniarían las horas o las buenas intenciones invertidas. Marcaron su camino. Las notas no representaban el sufrimiento, mas bien escondían su karma.
Cuadros sinópticos, algoritmos, dibujos, mapas mentales, dirían ahora, fueron los poseedores de la llave que abrió las puertas para salir a jugar nuevamente. Solo que ya no era tiempo de rayuela ni poliladron.
Tiempo, mucho tiempo para hacerlo todo.
Eso si, horas de juego, o de hobbies que hubiesen entrado en ese espacio, fueron sacrificadas ante una ceguera de nombres y de todo, todo lo que no llegaba a traducirse en una sola hoja.
En medio de semejante emprendimiento, batallaba con nuevos descubrimientos en su estilo.
Nunca sabía lo que despertaría su interés o lo que le atraería apartándole de aquello que la ocupara.
Salía con intención de tomarse la tarde para comprarse un libro, y volvía a su casa con lanas para tejerse un sweater.
Tomaba clases de guitarra porque le encantaba, pero simultáneamente en lugar de practicar las piezas emprendía el inicio del estudio de un nuevo idioma, o empezaba un nuevo libro. Y nunca llegaba a la clase preparada. Tampoco recordaba la tarea de inglés. Todo todo se superponía constantemente.
Y creció siendo totalmente impredecible. Soñadora, arriesgada, aventurera, independiente.
Lo que hoy le encantaba, mañana podría formar parte del baúl de los recuerdos. Cambio de planes eran la constante de la vida.
Bueno, en verdad, Mariel era realmente predecible, lo predecible era que nunca iba a serlo.