
Pero esta era diferente.
Había manejado hasta el consultorio.
Y hoy lo había hecho en su propio auto, y había esperado ansioso que llegase el momento, porque le gustaban sus encuentros ahora. Realmente sentía que servían y mucho.
Bastaba hacer algo de memoria, cosa que podía mas fácilmente, para ver miles de escenas que le recordaban tantas otras salas de espera en su archivo de registros.
Y en ninguna encontró sonrisas. En ninguna ganas de entrar, mas bien, excusas para faltar, o simplemente poner el cuerpo mientras su mente decidía no escuchar nada.
Aparecía la imagen de su madre siendo pequeño, que prácticamente a los tirones lo arrastraba para que entrase al consultorio de la psicopedagogía, o la psicóloga, o la pediatra, o también por que no a la dirección del colegio, cuya sala de espera conocía porque era visitante frecuente.
Y detestaba que el colegio ocupara todas las horas que él vivía cual encierro forzoso en esa escuela, sumadas las horas en los consultorios de algún terapeuta, que solo terminaban en enero.
Salvo en el secundario, cuando la familia entera decidió abandonar la casa de veraneo, y quedarse custodiando su asistencia a media docena de profesores especiales.
Se generó una historia de culpabilidad frente a todo el resto, pero así lo dispusieron sus padres. El se acostumbró al estigma de chico problema.

Seguía sintiendo la misma opresión en el pecho que entonces, solo de recordar tanto sufrimiento.
Y solo recordar cuando la terapeuta quería tomarlo del brazo, le generaba espanto...esas manos lo persiguieron por años, dedos acusadores, sopapos del padre, apretones para traerlo de donde hubiese elegido esconderse...
Rabietas, enojo, furia, que en verdad escondían su enorme vergüenza y angustia.
Siempre marcando una diferencia.
La peor nota, todas las amonestaciones posibles le venían a su reporte.
Seguida por horas sentado en la mesa de la cocina, con la madre policía y comandante en jefe de la tarea, y su padre que llegaba cual Brigadier del Estado Mayor Conjunto, y bajaba castigos de su portafolios.
Y entonces, todo se tornaba predecible, mas reuniones, mas enojo del padre, mas llanto de la madre, mas sesiones con una terapeuta nueva, u otra
psicopedagoga que le ayude en su tarea. Y discursos, de pone ganas, no ves que entendes cuando te explican, no seas vago, prestá atención como cuando miras el partido...
Cambios de colegios, nuevos chicos, que sin saber por que razón de potenciales amigos pasaban a rechazarlo, o a burlarse de su comportamiento. Y obviamente no podía salir, porque debía tareas, o tenía que pasar tiempo con una "psi" algo, o ya nadie quería invitarlo.