Es ya casi una costumbre, esto de compartir mas seguido mi mirada del impacto profundo que el TDAH tiene en una persona.
En su vida.
En su historia.
En la de todos aquellos que constituyen su entorno.
Y no pueden ausentarse del menú, aquellos sujetos que pasan el tiempo en la eterna búsqueda de una satisfacción que se les escabulle sistemáticamente.
Aunque lleguen a destino.
Nada basta, nada llena, nada calma, nada completa. Nada, nada es lo que los rellena.
Bueno, no es cierto, pues viajan llenos de insatisfacciones crónicas que se reproducen y expanden sin limite.
Insatisfechos.
Quejosos, críticos y exigentes. Avidos de llenarse siguen buscando el combustible necesario afuera.
Una especie de garantía de vacío, como si el interior quedara representado por miles de agujeritos, que se encargan de eliminar aquello que sí han conseguido.
Viven como una suerte de devoradores compulsivos, que se apuran por llegar sin saber realmente adonde.
Victimas de la impulsividad, de la falta de freno, construyen caminos que no registran pero sin embargo constantemente circulan.
Insaciable deseo de llenar un registro de vacío que les genera angustia.
Muchos de ellos encuentran así tarde o temprano con que llenar semejante estructura agujereada.
Pero si seguimos la imagen, sabremos como son víctimas del drenaje involuntario de las efímeras emociones conseguidas.
Todo es pasajero.
Todo es provisorio.
Migran en forma crónica, son ciudadanos del mundo, sin pertenecer a ninguna parte.
No pueden echar raíces.
Y es así como en algún momento se topan con algo que les da la sensación de calma. Pero siempre viene de afuera. Siempre entra por sus puertas, o sus ventanas, y sale por el fondo.
En su vida.
En su historia.
En la de todos aquellos que constituyen su entorno.
Y no pueden ausentarse del menú, aquellos sujetos que pasan el tiempo en la eterna búsqueda de una satisfacción que se les escabulle sistemáticamente.
Aunque lleguen a destino.
Nada basta, nada llena, nada calma, nada completa. Nada, nada es lo que los rellena.
Bueno, no es cierto, pues viajan llenos de insatisfacciones crónicas que se reproducen y expanden sin limite.
Insatisfechos.
Quejosos, críticos y exigentes. Avidos de llenarse siguen buscando el combustible necesario afuera.
Una especie de garantía de vacío, como si el interior quedara representado por miles de agujeritos, que se encargan de eliminar aquello que sí han conseguido.
Viven como una suerte de devoradores compulsivos, que se apuran por llegar sin saber realmente adonde.
Victimas de la impulsividad, de la falta de freno, construyen caminos que no registran pero sin embargo constantemente circulan.
Insaciable deseo de llenar un registro de vacío que les genera angustia.
Muchos de ellos encuentran así tarde o temprano con que llenar semejante estructura agujereada.
Pero si seguimos la imagen, sabremos como son víctimas del drenaje involuntario de las efímeras emociones conseguidas.
Todo es pasajero.
Todo es provisorio.
Migran en forma crónica, son ciudadanos del mundo, sin pertenecer a ninguna parte.
No pueden echar raíces.
Y es así como en algún momento se topan con algo que les da la sensación de calma. Pero siempre viene de afuera. Siempre entra por sus puertas, o sus ventanas, y sale por el fondo.