Mariel vivió como en una cinta transportadora el estudio.
Una vez que le tomó la mano, se torno hasta algo divertido.
Estudiar era conocer cosas nuevas, y el pizarrón era su alumno al que le relataba cada día lo aprendido. Y si no lo hacía fluida y seguramente, el pizarrón la mandaba a estudiarlo de nuevo.
El colegio secundario era sinónimo de amigos. Era divertido pasar esas horas con ellos. Mas con ellos que con ellas.
Ellas, hacían grupos cerrados, y Mariel parecía que no compartía tantos intereses comunes.
Pero si muy pocas pero buenas amigas, compinches dentro de la clase, menos compinches afuera.
Manejaba su automóvil, como si estuviera en el autódromo, y lo hacía como un chico.
Le gustaba manejar en ruta, y allí no tenía ningún temor, la velocidad le hacía sentirse viva.
Y salía antes de tener licencia. Al parecer nadie estaba preocupado entonces.
Recordemos que Mariel vivía lejos del centro de la ciudad , y encima necesitaba todas las horas para que lo aprendido prendiera...Se reunían en su casa a jugar a las cartas, o a pasarlo juntos, con pocos o con todos nadie nunca lo sabría. Mariel organizaba eventos, y en menos de un par de horas aterrizaban al menos 20. Jamás pensaba que se vaciaría la alacena en un minuto.
Siempre le gustó organizarlo todo. Siempre al menos hasta hace poco la última vez que nos vimos.
Mariel siempre fue muy romántica y soñadora. Si, así como trepaba árboles lo hacía entonces para escribir cartas a quien capturara su corazón.
Mariel cantaba con la guitarra, y sentía que el Universo estaba en la platea, miraba las estrellas, y quedaba colgada de alguna de ellas por horas... Mariel había crecido y ya no le hacía gracias que la miraran cuando salía a la calle.
En medio de tanta impulsividad, era también tímida y reprimida. No compartía con las otras chicas cosas de varones porque tenía vergüenza. Pero sin embargo siempre se las arregló para estar acompañada.
Siempre desde los 14 estuvo por ponerse de novia. Y concretó a los 15.
Eso si, con algunos cambios.
Y así continuó su adolescencia, en un noviazgo juvenil, que acompañó unos padres bastante old fashioned.
Inquieta pero allí, ya no trepada a las ramas, empezó a dar clases de inglés, y después a trabajar una vez por semana, junto a su padre.
Eso le daba la libertad de ir en tren, viajar en subte, moverse y absorber cuanta información le llegaba a sus sentidos.
Mariel era el monumento a la Independencia. Todo y todos le parecían lentos, todo podía mejorarse, ella tenía siempre un plan a mano, ella armaba, apilaba, empaquetaba y decidía que haría siempre sola.
Tanto que la mayoría de las veces así terminaba.
Una vez que le tomó la mano, se torno hasta algo divertido.
Estudiar era conocer cosas nuevas, y el pizarrón era su alumno al que le relataba cada día lo aprendido. Y si no lo hacía fluida y seguramente, el pizarrón la mandaba a estudiarlo de nuevo.
El colegio secundario era sinónimo de amigos. Era divertido pasar esas horas con ellos. Mas con ellos que con ellas.
Ellas, hacían grupos cerrados, y Mariel parecía que no compartía tantos intereses comunes.
Pero si muy pocas pero buenas amigas, compinches dentro de la clase, menos compinches afuera.
Manejaba su automóvil, como si estuviera en el autódromo, y lo hacía como un chico.
Le gustaba manejar en ruta, y allí no tenía ningún temor, la velocidad le hacía sentirse viva.
Y salía antes de tener licencia. Al parecer nadie estaba preocupado entonces.
Recordemos que Mariel vivía lejos del centro de la ciudad , y encima necesitaba todas las horas para que lo aprendido prendiera...Se reunían en su casa a jugar a las cartas, o a pasarlo juntos, con pocos o con todos nadie nunca lo sabría. Mariel organizaba eventos, y en menos de un par de horas aterrizaban al menos 20. Jamás pensaba que se vaciaría la alacena en un minuto.
Siempre le gustó organizarlo todo. Siempre al menos hasta hace poco la última vez que nos vimos.
Mariel siempre fue muy romántica y soñadora. Si, así como trepaba árboles lo hacía entonces para escribir cartas a quien capturara su corazón.
Mariel cantaba con la guitarra, y sentía que el Universo estaba en la platea, miraba las estrellas, y quedaba colgada de alguna de ellas por horas... Mariel había crecido y ya no le hacía gracias que la miraran cuando salía a la calle.
En medio de tanta impulsividad, era también tímida y reprimida. No compartía con las otras chicas cosas de varones porque tenía vergüenza. Pero sin embargo siempre se las arregló para estar acompañada.
Siempre desde los 14 estuvo por ponerse de novia. Y concretó a los 15.
Eso si, con algunos cambios.
Y así continuó su adolescencia, en un noviazgo juvenil, que acompañó unos padres bastante old fashioned.
Inquieta pero allí, ya no trepada a las ramas, empezó a dar clases de inglés, y después a trabajar una vez por semana, junto a su padre.
Eso le daba la libertad de ir en tren, viajar en subte, moverse y absorber cuanta información le llegaba a sus sentidos.
Mariel era el monumento a la Independencia. Todo y todos le parecían lentos, todo podía mejorarse, ella tenía siempre un plan a mano, ella armaba, apilaba, empaquetaba y decidía que haría siempre sola.
Tanto que la mayoría de las veces así terminaba.