Tener Déficit de Atención, puede ser algo de lo que nos enteremos siendo adultos, grandes en el idioma de los chicos.
En mi caso, particular, tenía solo 36 años, cuando me desayuné que lo que me hacía divertida y colgada, desordenada, y olvidadiza, torpe e incansable, curiosamente hiperactiva, no era todo mío.
Era parte de la falta de organización de mis funciones ejecutivas cerebrales...Falla genéticamente determinada, compartida con un padre y un hermano.

Que difícil me ha sido deshacerme del estigma.
Cuantas lágrimas junté, cuantas.
Cuantos autoreproches, cuanto castigo, cuanta exigencia y trabajo extra para hacer lo que otro hacía en automático.
Cuanto dolor ante la repetición de fracasos, en una inentendible desconexión entre las experiencias vividas y el momento presente.
Cuantos adjetivos descalificativos, inútil, imbécil, atropellada, torpe, tonta, apurada, desaliñada, desprolija....por decir unos pocos...
Cuanto trabajo cotidiano, para saber separar lo que son síntomas de lo que era yo misma.
Y cómo podríamos hacerlo? Difícilmente siendo adultos lo hagamos sin recibir ayuda.
Y mañana cumpliré 53.
Y quiero seguir compartiendo con todos ustedes, lo que 17 años de autoconocimiento me permitieron.
Si bien me hubiera encantado tener un diagnóstico temprano, posibilidad que al menos tuvieron mis hijos, aproveché lo que tuve sin miramiento alguno.
Y agradezco cotidianamente la oportunidad en que por primera vez perderme, equivocarme, confundirme de sala, en un congreso de la APA en Miami, me permitió conocer el ADD. Que así se llamaba entonces.