La vida es una constante sucesión de cambios. Pero nos desayunamos tarde.
Siento que nos quedamos en algunas etapas acopiando cosas, títulos, estados.
Y nos engaña así la sensación de constancia cotidiana.
Nos ayuda a mentirnos cual conquistadores que se adueñan de unas tierras, olvidando que la vida es simplemente un viaje.
Partimos como locomotoras, y vamos enganchando vagones. No importa si uno o muchos.
Vamos tan concentrados en tirar de las formaciones (que aparte suelen ser pesadas), que olvidamos que en los vagones todo lo que sube se bajará tarde o temprano.
Hasta las locomotoras en medio del recorrido puede dejar de funcionar.
Nos instalamos en una casa, la amoblamos, le agregamos o le quitamos paredes, la pintamos, la usamos y volvemos a pintarla, y cambiamos lámparas, cubrecamas, modelos de heladera, televisores.
Compramos un auto pequeño para una familia pequeña, cambiamos por uno mas grande, porque los chicos, la abuela y el perro todos juntos no entran.
Compramos moisés, sillas de auto, cochecitos, sillas de comer, corralitos, practicunas, cambiadores, ponemos rejas a las piscinas y a las escaleras para luego sacarlas, compramos o adoptamos un perro, volvemos a pintar, ampliamos los espacios, miramos clasificados inmobiliarios para mudarnos: en el supuesto caso que podamos darnos esos lujos.
Pronto volvemos a comprar cochecitos, y sillitas y todo recicla porque nos aventuramos a una segunda vuelta como padres. Y en mi caso repetí este ciclo cinco veces. Mi primer hijo se bajó demasiado pronto, y yo volví a desafiar el dolor de su partida invitando a otros cinco a subirse al recorrido. Mi locomotora nunca se detuvo mucho en ningún sitio, algo no demasiado bueno por cierto.
Así como les cuento es que siento vivimos con la sensación de estar recomenzando todo el tiempo.
Alimentamos una falsa seguridad al apegarnos a todo lo que sumamos.
Somos animales de costumbre: al poner la llave en la misma puerta, de la misma casa, con la misma numeración, caminar por las mismas calles.
En mi caso en el mismo vecindario por 28 años. Viví en mi casa, mas años que en ninguna otra.
Nos apegamos y nos aferramos tanto a nuestros barrios, que muchos de nosotros volvemos al sitio donde comenzó la historia de nuestros abuelos. Somos sentimentales hasta en eso.
Muchos mandan a sus hijos al mismo colegio al que fueron en su infancia, muchos transitamos la vida repitiendo tradiciones que nos ayudan a vivir esa ilusión de continuidad eterna.
El apego es un hábito que alimenta el dolor cuando aquello que tenemos aferrado cambia o inevitablemente se pierde.